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No conozco a mis vecinos. La gente en la calle reproduce su propia interpretación de autocuidado. Nadie sabe contar los 6 pies de distancia, y la variedad de máscaras y respuestas a las mismas que la muchedumbre reparte a diestra y siniestra me indican sólo una cosa: a nadie le importa -en el fondo- el otro hasta que el otro es un peligro en potencia. Y ni así, porque el peligro en potencia tiene que ser inmediato, para uno, de otra forma el peligro es algo distante y, por lo tanto, casi inofensivo. En el barrio es posible mantener distancia, saludar de lejos. Todos los vecinos, atendiendo a la manía del espacio personal, se saludan desde aún más lejos comprendiendo que la enfermedad está como intermediara en las relaciones diarias, al menos hasta que la vacuna alcance para todos. Pero es diferente en las calles, las farmacias, los centros de compra, los supermercados, los hospitales. El pánico sigue hacinando a la gente, que ahora se mira con desconfianza y juicio, se esquiva con una expresión de enfrentamiento. Definitivamente, no creo que esta pandemia haya hecho algo diferente que fragmentarnos aún más como sociedad. La desigualdad social en que vivimos distorsiona tanto nuestra visión de las cosas, que a la distancia física se le llama "distancia social", como si no tener acceso a comida de calidad o educación digna, como si ser asesinado por la policía por tu color de piel no significara un asunto de distancia, profunda distancia social. Lo otro, la distancia física, no es más que el paroxismo del mal utilizado concepto del espacio personal, que, a fin de cuentas, no es más que una percepción, entendiendo que estamos constantemente hipervigilados a través de las redes y la tecnología. La pandemia, a fin de cuentas, nos ha desmembrado el resquicio de solidaridad que teníamos en el mundo.
February 15, 2021