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Hoy murió una chica joven luego de estar enferma por mucho tiempo. No será posible acompañar a su familia por las restricciones del COVID 19. La pandemia ha permeado todo, incluso los ritos de despedida de los seres queridos. En noviembre tenemos una festividad importante relacionada con nuestros muertos. Por el COVID 19, será imposible visitar los cementerios. Me enoja porque el gobierno ha abierto los centros comerciales, pero se niega a abrir los cementerios. De esa festividad dependen muchos vendedores informales de flores, de comida, bueno... hasta de mariachis. De nuevo, privilegia a los dueños de grandes tiendas, pero deja en la peor situación a los vendedores informales. Y sí, ya sé que media humanidad puede contagiarse al ir a los cementerios, pero de la misma forma, cada quien está tomando decisiones sobre esa posibilidad cuando visita los centros comerciales con sus plazas de comida y sus tiendas. Todo se reduce a esa decisión individual sobre arriesgarse al contagio o no al levantar el confinamiento y los toques de queda. El COVID 19 arrasa con nuestras costumbres y ritos. Costumbres y ritos que nos hacen colectividad y nos hacen sentir que pertenecemos a un grupo más amplio y más grande que nosotros mismos. Costumbres y ritos que, a veces, menospreciamos o vemos con condescendencia cuando somos jóvenes, rebeldes y críticos, pero que con el avance de los años, comprendemos que dan una cohesión y proporcionan unos lazos con la comunidad a la que pertenecemos, aunque a veces nos den ganas de dinamitarla desde las raíces. El COVID 19 vino a quedarse. Veo la lucha de las personas por seguir conectadas entre sí, por reunirse, por compartir como lo hacíamos antes. Les valen poco las restricciones. Porque no hacerlo nos lleva a la locura, a la depresión, a la deshumanización. El COVID 19 vino a quedarse, pero la gente seguirá desafiándolo en nombre del encuentro, de los lazos, del toque humano, de la colectividad, de la presencialidad.
October 17, 2020