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Ayer fue la primera vez desde el 11 de marzo en la que pude ir a una cafetería y sentarme a tomar un café. Esos momentos son los que más atesoro: me gusta sentarme sola, con calma, con un libro o con una libreta, observar a la gente, y leer o escribir. Casi 7 meses sin poder hacerlo. Logré ubicarme en una mesa casi completamente aislada del resto. Estar ahí unos 20 minutos. Fue un regalo para mi vida. Me puse a hojear unas libretas que había comprado, así como una agenda rebajada. Es tonto, pero con todo lo que ha pasado en este año, no quería invertir en una agenda 2021 personalizada o especial. Es como una rebeldía que experimento. Siento que todas mis esperanzas para este año fueron defraudadas y, de berrinche, no voy a invertir en una agenda especial. Así que compré una en rebaja. No había mucha gente para observar porque se guardan estrictas medidas para que el aforo de los establecimientos se cumpla con pocas personas. Además, sugieren que la estadía en el establecimiento no se alargue más de 30 minutos. Y hay que añadir: sentía un pequeño desasosiego debido al miedo latente de infectarme por quedarme mucho tiempo allí. Al salir, un muchacho muy joven interrogaba a otro muchacho igual de joven del establecimiento sobre la posibilidad de optar a un empleo en el lugar. El joven le indicaba dónde debía llenar la solicitud de empleo. Se me comprimió el corazón. Todos estamos en una situación difícil, pero me conmovió la franqueza y necesidad de empleo de aquel muchacho. La verdad es esta: nos está llevando la chingada. Solamente esos pequeños detalles de la vida: poder comprar un café y saborearlo unos minutos en calma, nos salvan de los vientos atroces.
October 7, 2020